Por Carlos Herrera
La tarde del 15 de julio de 2010, un pequeño contingente formado por elementos de la extinta Policía Federal y ambulancias, se dirigía al cruce de la avenida 16 de Septiembre y calle Bolivia, en la colonia Partido Romero. Habían recibido el reporte de que en el lugar se encontraba un elemento de seguridad herido. Un médico que circulaba por la zona se detuvo a atender a la víctima.
Cuando dos vehículos policiacos llegaron al sitio, un automóvil que contenía 10 kilogramos del explosivo C-4 estalló. Las víctimas mortales sumaron cuatro: el médico, dos policías federales y el “señuelo”. Al menos siete personas resultaron lesionadas, algunas conservarán siempre las secuelas, un recordatorio de lo que es la vida en Juárez, Chihuahua.
El ataque se atribuyó a La Línea, desde entonces brazo armado del Cártel de Juárez (CDJ).
Meses antes, el 31 de enero, se había suscitado un ataque armado en un domicilio de la colonia Villas de Salvárcar, mientras tenía lugar una fiesta. Dieciséis adolescentes murieron y doce más fueron heridos. Este acto se atribuyó a la misma agrupación que, casi medio año después, haría estallar el primer coche bomba en el contexto de lo que con el tiempo se denominó la Guerra contra el Narcotráfico.
Con estos precedentes, cabe preguntarse ¿qué es Juárez, Chihuahua? ¿A qué tipo de lugar nos enfrentamos cuando queremos entenderlo?
El nombre remite a una de las principales ciudades fronterizas de México, hermana gemela de El Paso, Texas, con la cual compone un complejo urbano; sin embargo, esta definición no da cuenta de la totalidad de fenómenos que tienen lugar en su demarcación.
Juárez es también hogar de una importante zona industrial llena de maquilas de importantes compañías estadounidenses, lo que la ha convertido en uno de los destinos de la migración interna en el país.
Esto se ha logrado a través de las facilidades otorgadas para el establecimiento de la inversión extranjera y que en gran medida han constituido el panorama socioeconómico de la región que, hoy en día, alberga aproximadamente el 39.11% de la población del estado de Chihuahua, según datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI).
Pero el nombre de Ciudad Juárez, en algún momento del siglo pasado, remitió a un lugar en el que la vida nocturna y los excesos confluían.
La imagen de Juárez que trascendió durante el siglo XX tiene sus orígenes en los años 30, durante la época de la Ley Volstead, aquella que prohibió la producción, importación y venta de bebidas alcohólicas en suelo angloamericano. Los bares y cabarets pulularon en el lado mexicano de la frontera y Juárez creció bajo su sombra.
La derogación de dicha ley marcó un momentáneo lapsus en el crecimiento económico de la región, hasta que inició la Segunda Guerra Mundial y esta trajo de nueva cuenta a clientes estadounidenses que buscaban alcohol y diversiones baratas, posibilitadas por la indulgencia de las autoridades mexicanas al aplicar la ley.
Fue hacia los años sesenta que inició el establecimiento de las primeras maquilas en la región, lo cual dio pauta para su conversión en una ciudad manufacturera y la modificación en las formas de vida de sus habitantes, muchos de los cuales provenían de entornos rurales por lo que, a partir de la industrialización de este lugar y el creciente intercambio económico con El Paso, aspiraron a mejorar sus condiciones de vida.
La importancia de la actividad maquiladora ha persistido a través de décadas, de lo cual se deriva que Juárez es un territorio que en gran medida se ha definido por su dimensión económica, con la inestabilidad que esto entraña, pues al ser un foco de inversión extranjera, esto la inserta en los vaivenes de la economía global.
Lo anterior ha hecho que, actualmente, aporte aproximadamente el 41% del Producto Interno Bruto (PIB) de Chihuahua, destacando la fabricación de equipo de transporte, que constituye aproximadamente el 35% de sus actividades económicas.
Por otra parte, su población se ha tornado heterogénea, al recibir oleadas de migrantes, tanto de otros estados mexicanos, como de Centroamérica, añadiendo un componente de inestabilidad social que en los últimos tiempos ha menguado, dadas las acciones emprendidas por el Gobierno Federal en materia de migración.
Juárez también se ha padecido la ola de feminicidios que han sido una constante en la ciudad desde los años noventa del siglo pasado. Los asesinatos de mujeres de la clase trabajadora pusieron a este municipio en la mira de los medios internacionales, aunque actualmente, la inseguridad causada por el crimen organizado ha desplazado la atención de estos crímenes que, hay que decirlo, no se han resuelto.
El territorio juarense es azotado por una guerra declarada entre dos grandes organizaciones: el Cártel de Sinaloa y el Cártel de Juárez, cada una con sus brazos armados y con sus respectivas pandillas. El fin es controlar toda actividad ilícita, como el tráfico de estupefacientes y de personas al norte, o de armas hacia el sur, tan sólo por mencionar ejemplos.
Sin embargo, las organizaciones dedicadas al narcotráfico no son el origen de la violencia que aqueja a este lugar, sino que estas aprovechan el marco definido por esta, el cual está compuesto de ilegalidad e impunidad. Este último factor es un componente estructural de la sociedad juarense, de tal forma que la violencia forma parte de la cultura y de la vida cotidiana de este espacio. Así que no es posible diferenciar la violencia que proviene del Estado de la del crimen organizado.
¿Existe la posibilidad de que Juárez cambie en un futuro próximo y se redima?
Lo descrito con anterioridad, situado en un territorio de enormes desigualdades sociales, indica que es poco probable y queda lejos de las manos de las autoridades locales, acostumbradas a que su ciudad aparezca en las secciones de nota roja. Mientras tanto, los huesos de las víctimas de Juárez seguirán impregnándose del polvo del desierto, convirtiéndose en uno con el paisaje.
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